Mientras Silvio volaba y se paseaba por las calles de sofisticadas urbes tales como Sidney, Melbourne y Singapore degustando bizarros platillos fusión chino-paquistaní, nosotras seguíamos aquí, varadas en Dili, haciendo lo posible llevar algo parecido a una vida cotidiana.
No esperen ni gran inspiración ni muchísimo menos alguna coherencia para esta entrada del blog, porque se van a desilusionar. Estoy absolutamente agotada. Estos últimos días han sido más que cansadores, porque del trabajo a casa y de casa al trabajo sin un respiro. Y eso que contamos con ayuda, pero no hay nada que hacer, las niñas nos dejan de cama.
Muchas veces rememoro la querida “Isla de Gillgan”, sobre todo cuando reviso el estado de nuestras cuentas. Para aquellos que no lo tengan presente, el concepto básico de la serie era bastante sencillo: se trataba de las desventuras de siete náufragos y sus infructuosos intentos de volver a la "civilización". En todos los episodios los náufragos fracasaban en su propósito de huida. En casi todos, la culpa era de una falla de último momento o de una metida de pata de Gilligan, aunque por lo general, tras oír la radio de Hawaii, los náufragos se enteran de que su intento hubiese terminado en catástrofe de todos modos.
Un capítulo típico de "La isla de Gilligan" seguía alguno de estos dos argumentos: la vida en la isla, y la increíble capacidad de los náufragos para reproducir la vida "civilizada" a partir de artefactos cuyo componente principal era el bambú (tenían de todo) y el frecuente (y sinceramente, un poco inverosímil) arribo de visitantes, a veces malévolos y a veces no, y que, por diferentes motivos, siempre terminaban negándose a rescatar a los náufragos (o a dar aviso a las autoridades para que lo hiciesen).
Volviendo a mis cuentas en rojo y su relación con Gilligan: primero, salir de aquí para volver a la Argentina, derechito a Buenos Aires nos saldría algo así como 12 mil dólares para toda la flía algo completamente imposible siquiera de imaginar. Segundo, nos arreglamos como podemos para llevar una vida que emule la que dejamos atrás aunque sin bambú. Para eso hemos aprendido a detectar qué se consigue y en dónde.
Aquí hay cinco supermercados y encada uno se encuentran cosas diferentes. Ninguno es muy atractivo, ni está montado pensando en el “marketing” (un concepto que todavía no llegó a Timor). Por el contrario, son lo más parecido que hay a galpones sucios y venidos abajo que de afuera dan miedo y que cuando uno entra se encuentra con las góndolas.
El Landmark es propiedad de una familia china, y obviamente traen muchos productos de ese país. También tienen un catálogo de Ikea, entonces, si uno quiere comprar algo como un mueble, por ejemplo, lo encarga allí y un mes y medio después llega. Después están el Leader y el Lita Store, propiedad del Sr. Manuel, un malayo-portugués sudoroso y reverdecido. Estos dos supermercados son los más caros pero también los que más productos occidentales tienen.
El Jacinto Supermarket es fabuloso, queda en al Jacinto street y es el más timorense de todos. Acumula chucherías de todo tipo en las góndolas, sin mucho criterio. Por último, hay un super cuyos dueños son singapurenses. La verdad es que entrar ahí da un poco de cosa, pero un médico portugués llamado Paulo que atendió a Eloísa unos días atrás por una fiebre (y que no, tranquilos, no fue nada más que un resfrío debido al uso del aire acondicionado) nos avisó que ese supermercado tenía los mejores productos congelados de Dili. “Ahí respetan la cadena de frío, tienen heladeras en el depósito”, aseguró Paulo. “GUAU”, dijimos nosotras al unísono y mirándonos a los ojos “Cadena de frío!”, un verdadero y auténtico lujo asiático. Al día siguiente estábamos en el mercado singapurense, observando atentamente los congelados. Norma compró algo parecido a un costillar tipo asado (creemos que era de vaca o un sucedáneo) y esa noche comimos asado al horno con papas.
La avenida principal de Dili se llama Comoro y es el epicentro de la vida comercial timorense. El martes tuve feriado porque la gente de Control festejaba no sé qué cosa. Cuestión es que salimos de excursión con Norma por Comoro road, en busca de un ventilador. Como queríamos comparar precios (aquí el mismo item puede costar 20, 25, 35 o 85 dólares dependiendo de quién te lo quiera vender), investigamos varios negocios y llegamos a uno que era inmenso, lleno de todo tipo de objetos, desde cacerolas pasando por juguetes berretísimos, sábanas, repasadores, ratones Mickey de cerámica, floreros con flores disecadas, vestidos de comunión y una vitrina con tortas y buñuelos!!! El lugar estaba pobremente iluminado con tubos fluorescentes y sin ventanas. Las paredes descascaradas, los estantes desvencijados y la proliferación de objetos del peor mal gusto hicieron que muy pronto nos sintiéramos deprimidas, agobiadas y con ganas de salir corriendo más que seguir comprando. Es así: el consumo no es una prioridad timorense. Para reponernos, nos fuimos al “Café Brasil”, único lugar de la ciudad donde venden una riquísima torta de chocolate y otra de frambuesa.
Aunque mi querido cuñado Silvio Cesar se ofenda, debo decir que la vida aquí se parece bastante a la de la isla de San Andrés, en Colombia, sólo que habría que imaginar a San Andrés como un país en lugar de una pequeña isla colombiana. Pero es así, aunque mucho más primitivo.
Es como si nos hubiéramos caído dentro de la conejera de Alicia y llegado no diría precisamente al país de las maravillas, pero sí a otro universo donde todo es diferente y donde nosotros tenemos roles que cumplir a pesar nuestro. Ahora somos los mismos, pero como si hubiésemos barajado y dado de nuevo.
Silvio viaja de aquí para allá. En mi caso, hago vida de oficina. Trabajo mitad de mi tiempo en Obrigado Barracks, sede de la Misión de Peacekeeping de Naciones Unidas (UNMIT) y la otra mitad en el Consejo Nacional Electoral de Timor, con funcionarios timorenses. Mi trabajo es muy interesante: son todos feos, sucios y malos pero no más que en otras partes… o que en todas partes?
Sin embargo, no quiero por ninguna razón dejar de lado toda la gente que nos ha dado una mano de manera desinteresada y afectuosa, que no ha sido poca, lo aseguro, y en todos los ámbitos. Muchos compañeros de Control han sido más que solidarios, comprensivos y hasta nos han prestado plata, así que por el momento sólo puedo decir que hemos sido muy afortunados y que el nivel de solidaridad supera largamente los objetivos. Para que se den una idea de mi nivel de integración al mundo latino-timorense, soy miembro del comité organizador de la fiesta del “Día de la Raza” (o “Día de la hispanidad”, como le dicen en la madre patria). Obviamente, la que va a trabajar para la fiesta es Norma, quien piensa preparar unas 200 empanadas.
Si bien nuestros días (por suerte) transcurren cual arroyuelo cordobés, nuestras noches son bastante malas. Eloisa se despierta, Emma se despierta. Se corta la luz. Se encienden los generadores y lo que experimentamos en esos casos es igualito a dormir al lado del motor de un trasatlántico en marcha. Para colmo, cerca del compound está la mezquita de Dili. Lo sabemos no porque la hayamos visto sino porque la escuchamos. Es que todos los días hay un señor musulmán que canta con un megáfono y que parece ser siempre el mismo. Los horarios en los que invoca a Alá son matadores, en especial el de la salida del primer lucero, que es a eso de las 5:15 AM. Esta semana estuvieron como locos, cantando casi toda la noche, festejando el final del Ramadán y que ya pueden comer de día.
Es que durante Septiembre los musulmanes no comen ni toman agua (sí, ni siquiera toman agua) mientras hay luz: tienen que esperar que se ponga el sol. Le pregunté a Abdullah, un compañero musulmán del equipo electoral el por qué de esta costumbre y no me supo contestar. No indagué mucho más allá, ni siquiera en la Wikipedia. En definitiva, lo que nos arruina las noches no es el ayuno sino esos cantos desafinados, horrendos, llorosos y quejosos que no terminan nunca, una especie de karaoke escandaloso de “hayhayhayhayaahahayahay” o algo semejante que es muy deprimente: yo creo que más que agradar al Profeta le debe quemar bastante la cabeza.
Esta es la Mezquita de Dili desde vista desde adentro en plena ceremonia. Foto magnifica de la fotógrafa de UNMIT.
Volvamos al dia a dia Alina era una de las chicas timorenses que “limpiaba la casa”, muy callada y sonriente. A todo decía que sí y a nada decía que no simplemente porque nunca entendía una sola palabra de lo que le hablábamos. Insisto, tenia una bella sonrisa, pero su asiática humanidad desprendía un olor que superaba al azufre más diabólico. Tal era su aroma que cada vez que entraba a limpiar un cuarto lo dejaba humeante con su olor a chivo. Y no exagero. O bueno, quizás solo un poco. La cuestión es que con sencillez, humildad y urgencia Norma le ofrecía diariamente utilizar la ducha. Incluso pedía ayuda a nuestra traductora oficial, nanny Felicidad, que repetía en Tetum nuestra oferta. Alina miraba, sonreía y otra vez, no entendía. No se bañaba. No se duchaba. Olía como un chivo. ¿Qué solución nos quedaba? ¿Desnudarla por la fuerza, al estilo “My fair lady” y sumergirla en un balde con lavandina? ¿Aguantarnos el olor? ¿Echarla? Norma, que tenia que lidiar con ella todo el día no dudó: “La echamos” y acto seguido, la echó.
Eloísa acaba de cumplir 15 meses. Eloísa es perfecta, hermosa, inteligente. Eloísa baila con las canciones de Barney y se emociona con Pocoyo. Eloísa come como una termita y toma cuatro mamaderas diarias. Eloísa es toda una niña Indigo, como diría mi amigo N, sea lo que sea lo que eso signifique (nota al margen, eso de los niños índigo me trae siempre ciertas reminiscencias al “Capitán Escarlata”). Eloísa tienen energía, mucha energía. Eloísa no para y lo que es peor, ¡Eloísa no duerme!
Qué bueno, me dije el día que llegó la familia a Timor, nuestra casa de Dili no tiene escaleras, un problema menos con Eloísa. Pero claro, la casa de Dili sí tiene sillas y mesas y a Eloísa le tomó poco tiempo darse cuenta que una silla es un escalón apropiado para conducir a una mesa. Entonces, Eloísa trepa a las mesas. Eloísa come arena, se tira a la pileta, descubre donde están todos los insecticidas, juega con nuestros celulares, abre la basura, salta sobre los sillones, desprecia los juguetes y sólo quiere aquello que está usando su hermana. Eloísa se consume ella solita por lo menos el cincuenta por ciento de la energía de Norma, Silvio y mía.
Eloísa está mejor que bien: le encanta su jardín (donde le hablan en inglés), le encanta su nanny Felicidad (que le habla en Tetum), le encanta Tina, la señora que limpia (que le habla en portugués) y le encanta su casa del compound (donde se habla español). Juro que ya entiende algo de los cuatro idiomas. Por ejemplo, le decimos "Elo, ¿te hiciste caca?" y se mira el pañal y con la mano hace como si se limpiara. Barney lo canta en inglés (bueno, en algo lejanamente parecido) y a la pelota juega en Tetum!
No vamos a mentir: Emma no esta tan feliz con los cambios. Poco a poco va a prendiendo inglés, pero hasta que no lo hable va a ser muy difícil para ella hacer amiguitos. Me hace unas escenas de antología y todo el tiempo me dice que quiere volver y que extraña. Ahora asegura que ella es una chica "Bratz" (www.bratz.com) La semana pasada, su escuela armó una lunática actividad ecológica que consistió en ir a sacar basura de la playa bajo los 200 mil grados de calor timorense. Pero bueno, hacia allá fuimos con tal de ayudarla a integrarse un poco más. En un momento la veo que está enojadísima, empacada en un rincón. Le pregunto qué le pasa y me contesta: "Es que una chica Bratz no revuelve basura, mamá!". Y tenía razón.
Una Bratz no revuelve basura, va a hoteles 5 estrellas, es invitada a las mejores fiestas y usa la mejor ropa, sólo frecuenta los mejores restaurantes y no se ocupa de cadenas de frío, generadores, cuentas bancarias en rojo ni asuntos electorales: las chicas Bratz llevan la vida de Paris Hilton (fuera de la cárcel, claro está) así que después de pensar en los cinco supermercados, el final del Ramadan, los cambios de lenguajes, el olor a transpiración de la chica de la limpieza y bambú de la Isla de Gilligan me digo: sí, Emma tiene razón, la verdad que estaría buenísimo ser mucho más BRATZ!!!!